8 may 2012

MADAME LA DOCTEUR

Hace unos días despedimos a otra voluntaria, Verónica, una doctora con mucha experiencia en urgencias que ha venido a hacer de todo. Han sido dos meses en los que no ha dejado de pensar en el trabajo en un solo momento. Al llegar a casa se ponía a estudiar las enfermedades que se iba encontrando, nunca se le iban sus pacientes de la cabeza. Ha hecho guardias y atendido a pacientes excediendo con mucho sus responsabilidades. Y todo con una sonrisa en la cara.
Vero en sus primeros días en la consulta.

A veces no nos damos cuenta de lo difícil que es ayudar y recibir ayuda sin que ninguna de las partes implicadas se sienta incómoda. Está el que, presa del orgullo, rechaza opiniones ajenas. O los que dan consejo sin darse cuenta de que están trabajando en un entorno muy diferente al suyo. En ese toma y daca, ese ten con ten, Vero ha sido toda una maestra. Ha tenido una mano izquierda admirable, guardaba un cuidado extremo en no herir sensibilidades, en respetar los criterios del personal sanitario local. Se daba cuenta de algo esencial, y es que los voluntarios vamos y venimos, pero hay gente en este hospital que se queda de manera indefinida, y por ello deben ser casi siempre prioritarios.

La cooperación internacional está plagada de historias de actitudes paternalistas y condescendientes por parte de personal expatriado, es un tema muy serio con el que hay que ir con pies de plomo. Envidio a ciertas personas que, como Verónica, superan esta barrera con una facilidad envidiable, consiguiendo que todo el mundo le ponga buena cara y se sientan privilegiados por trabajar a su lado. 

Esta semana, en mi paseo de vuelta a casa me encontraba raro, no estaba Madame la docteur a mi lado contándome sus dificultades, ni hablándome de "sus niños". Ese rato formaba parte de nuestra rutina diaria, una hora de camino tragando polvo y hablando de las dificultades de nuestro trabajo, de los calores y los mosquitos, de cómo echamos de menos a nuestra gente... Han sido demasiados momentos en tan poco tiempo.

Su apoyo ha sido incondicional, y su compañía alegraba el día a todo el hospital. La recordaremos saltándose un ceda el paso y disculpándose con un "excusez moi, le blanc!", respondiendo "j'arrive" a un chuzo con ganas de ligar o cayéndose de culo por el Monte Camerún con una elegancia que ni Isabel Preysler..

Verónica ha vivido momentos muy duros en Kribi, ha perdido pacientes de muy corta edad, se ha enfrentado a situaciones extremas ante enfermedades que en su hospital no siempre habrían sido tan problemáticas. Pero ha aguantado como una campeona, y encima tiene el valor de plantearse un regreso.

Desde que se fue, raro es el día que no me preguntan por ella los compañeros de trabajo, y siempre se oye un "Elle nous manque" cuando surge su nombre en la conversación. Ahora está encantada en casa, con su gente, su trabajo que tanto le gusta y con la compañía que tanto ha echado de menos desde Kribi. 
De vuelta el último día de Verónica en el hospital.

Los que nos quedamos sólo podemos desear su regreso. Y es que cuando uno emigra echa de menos a su gente, pero en realidad sabes que tarde o temprano volverás a estar con tus amigos de toda la vida, por eso esas despedidas duelen menos.

Sin embargo, están estas otras despedidas, que son las que más te pican. Dices adiós a una persona que quedará siempre en tu recuerdo, que te ha aportado muchísimo, y que puede que no vuelvas a ver en mucho tiempo. Es lo peor de tantos viajes y tantas vueltas. Conoces a mucha gente, sí, y eso está muy bien. Pero también te despides de personas a las que sabes que vas a echar en falta.

Tenemos pendientes unas cañas en Madrid, unas rabas en Santander y unas papas arrugás en Lanzarote, pero uno nunca sabe cuándo va a llegar eso. Mientras tanto, el personal del HEK echará de menos a Verónica, una grandísima doctora y una estupendérrima amiga. Hoy mismo, una paciente que volvía para hacerse unas curas me preguntaba por la doctora y me pedía agradecida que le mandara un abrazo si hablaba con ella. Pues ahí va ese abrazo, y haz el favor de volver pronto, que nos darás una alegría a todos.


MONTE CAMERÚN

Así, sin darme cuenta, llevo varias semanas sin escribir nada por aquí. Y hay mucho que contar, y todo bueno. 

Vamos por partes. Empiezo por la excursión al Monte Camerún. Lo de "monte" no sé de dónde lo han sacado, porque estamos hablando de una montaña de tres pares. Uno se espera encontrarse con un largo paseo, de esos que te dejan las piernas doloridas. Más o menos como puede ser la ruta del Cares o alguna similar por Picos de Europa o Pirineos. Pues como dijo el filósofo madrileño, "y una polla como un cuello". 

Empezando por las cuestiones más prácticas, decir que se sube al montecito de marras desde Buea, ciudad a la que se llega en coche o bus desde el Rond Point Deido de Douala. El precio del trayecto oscila entre 1.300 y 2.500 FCFA. Una vez llegas a Buea, lo mejor es cogerse otro taxi hasta la oficina de Eco Tourism, cuesta 200 FCFA, menos de 50 céntimos de euro, y te ahorras una caminata de más de una hora cuesta arriba. 

El servicio en las oficinas es bastante bueno, y te ofrecen opciones de acuerdo con tu presupuesto. Nosotros pagamos entre dos personas 55.000 FCFA (unos 80 €) por la entrada al parque, servicio de guía y porteador, y alquiler de saco, esterilla y bastones. El uso de guía es obligatorio, y yo no recomendaría a nadie subir sólo, ya que el recorrido se hace duro en algunos ratos y el camino no es del todo fácil. El día antes de salir vas al mercado con alguien de la organización y te recomiendan qué comida comprar para los dos días que te quedan por delante, y ahí, aunque te parezca que compran mucha comida, decid que sí a todo, que la caminata abre el hambre que da gusto. Por favor, no hagáis como nosotros y desayunad fuerte.

La vista era bonita, qué pena de nubes.
 El recorrido se divide en varios tramos separados por una serie de refugios. Hasta el primero de ellos, todo transcurre como una ruta por la selva, dura a tramos pero tampoco salvaje. Esta parte nos llevó unas dos horas. Al llegar a la cabaña te encuentras con unas simpáticas avispas y un grupo de evangelistas africanos que rezan en un trance que da tanto miedo como risa.

Luego quedan otras cuatro horas de marcha, con una parada entre medias. Estos dos tramos siguientes son lo más duro de toda la montaña. Un recorrido encrespado, con arena volcánica bastante resbaladiza. Sólo puedo decir que sufrí bastante, llegando a pararme cada diez pasos para apoyarme en el bastón. No voy a ir de gallito diciendo que no fue para tanto, lo pasé fatal. Hubo momentos en los que pensé en darme la vuelta, me sentí como un auténtico imbécil por haberme metido en este berenjenal. 

Así llegue al campamento II, con esta cara de susto.
Verónica, la doctora sobre la que versará la próxima entrada, me maldijo varias veces por haberla convencido para subir conmigo. De verdad, no estamos hablando de seis horas de monte de las que dejan agujetas, sino de una ruta bastante matadora, con tramos muy, pero que muy duros.

En todo momento agradeces enormemente la presencia del guía y del porteador, ya que las autoridades obligan a llevar tres litros de agua por persona y día, es decir, que si vas sólo cargas con un mínimo de seis kilos más la comida de dos días.

En nuestro caso, contamos con Daniel, un guía muy majete y profesional que conocía muy bien la montaña. El tío se la sube dos veces por semana, algo que a mí me parece sobrehumano.

La Vero y yo, con la necedad que caracteriza a los blancos, pensamos que podríamos llegar a la cima, pero aquí es donde volvemos a citar al filósofo madrileño. A mitad de camino vimos claro que lo mejor era quedarse en el segundo refugio, como nos habían recomendado. La mejor opción es pasar tres días en el monte. En el primero llegas hasta la segunda cabaña, al día siguiente haces cima y empiezas a bajar por la otra cara y pasas una segunda noche a mitad del descenso.

Resumiendo, después de pasar la noche en un refugio acompañados por un ratón y un finlandés un tanto peculiar, desayunamos un pollo al curry con pasta y volvimos a Buea. El descenso es probablemente más duro que la subida. Sólo hay una ventaja, que en ningún momento te planteas lo de darte la vuelta. Es obvio que no vas a quedarte a vivir ahí arriba, sería bastante absurdo, así que sigues bajando.

Vero con Daniel, nuestro guía.
 Y llegas con unos andares que ni Fraga en sus peores tiempos. Y tu compañera de viaje se parte de risa de ti, que no contigo. Y te duele hasta el alma. Y te ves harto de caminar. Y te duele. Y te sale una ampolla en la mano de apoyarte en el bastón. Y te duele. Y no ves el final del camino. Y te duele. Y tu compañera de viaje roza el coma de la risa. Y te duele hasta el alma.

Pero de repente llegas a las oficinas de Eco Turismo, te comes dos plátanos y te duchas con un cubo de agua fría. Y después de la ducha te das cuenta de que ahí estás, en pelotas, achicando agua con una racleta de goma para que se vaya toda por un desagüe que da directamente a la calle. Y lo mejor de todo es que te encuentras más a gusto que el copón bendito, no te sientes nada extraño a pesar de vivir una situación tan peculiar en un pueblo perdido en una montaña africana.

En noviembre volvemos, cuando pasen las lluvias.

Luego, después de un buen rato, llegas a Douala y te tomas una cervecita con Nuria, Teia y Jordi, amigos de Insol Àfrica, una ONGD que inicia en breve una escuela de enfermería en Kribi. Y eres tan imbécil que empiezas a planear el regreso con el tal Jordi. Pero esta vez tres días, para hacer la ruta completa.

¿Cómo era eso de tropezar dos veces con la misma piedra?






Por cierto, no puedo dejar de lado lo mejor de la excursión. Cuando estábamos a punto de llegar al refugio nos encontramos con dos evangelistas que subián equipados tan sólo con una biblia. Una vez arriba estuvieron rezando a gritos durante un rato. Cuando acabaron nos pidieron permiso para rezar por nosotros, y quién se lo iba a denegar. ¡CERRAD LOS OJOS PARA ROGAR AL SEÑOR! Agachamos la cabeza para que pasara rápido. Gritaron un rato por nosotros, rogaron para que tuviéramos un descenso seguro y se fueron con nuestras galletas de chocolate. Suponemos que llegaron a Buea sanos y salvos, porque al día siguiente no les vimos derrengados por la montaña.