Así, con la tontería, llevo la de Dios sin entrar en el blog. Lo tengo abandonadísimo por diversos motivos. He pasado un par de semanas bastante enfermo, con fiebre y bajo los atentos cuidados de Nuria y Jordi, de
InsolÀfrica. También he decidido dejar de escribir entradas sobre los voluntarios que por aquí pasan, ya que al fin y al cabo somos los menos importantes del hospital, no dejamos de ser figuras totalmente prescindibles.
Por aquí venimos muchas personas, unas se quedan un mes, otras, como yo, cerca de un año; pero al fin y al cabo todos nos volvemos a casa con una medallita, mientras que aquí hay un equipo humano que se queda de manera indefinida y sin recibir aplausos en ningún momento. Es más, cada dos por tres ven llegar blanquitos con muchas ideas y con muchas ganas de cambiar protocolos y de decirle a todo el mundo cómo tienen que hacer su trabajo. Y esta gente aguanta con una paciencia que ni el Santo Job. Saben que, cuando se vayan estos voluntarios, ellos seguirán haciendo su trabajo como consideren oportuno.
Pero hoy, en realidad, no quería hablar sobre esto, sino sobre varios tópicos que se oyen sobre África y otras regiones en vías de desarrollo. Son frases que suenan como sentencias lapidarias, y en realidad pueden hacer mucho daño, ya que proyectan una imagen totalmente errónea sobre la realidad que vivimos algunas personas.
"EN ÁFRICA, LA GENTE ES POBRE, PERO SON MUCHO MÁS FELICES QUE NOSOTROS".
No quiero citar de nuevo al filósofo madrileño al que hice referencia en mi subida al
Monte Camerún, pero es que me dan ganas. No sé si este concepto tan extendido responde a la necesidad de quitarnos cierto sentimiento de culpabilidad al ver las diferencias sociales entre las distintas regiones del mundo. "Pobres negritos, no tienen nada, pero qué felices son en realidad". Puede que creer esto nos haga sentir mejor, en paz con nuestras conciencias, pero es una gran mentira.
La pobreza y la falta de salidas se vive con muchísima frustración. Incluso en Camerún, donde la situación no es comparable con otros países más pobres, la impotencia ante la imposibilidad de salir adelante genera una abrumadora insatisfacción. Los europeos que vivimos aquí, aunque no seamos privilegiados en nuestros países, tenemos todo tipo de comodidades a nuestro alcance. Aquí he conocido ya a unas cuantas personas que tienen hernias u otras enfermedades y esperan a operarse "cuando tengan dinero", es decir, a saber cuándo. Si la hernia está estrangulada y supone un riesgo grave para la salud, solemos operar gratis o con facilidades de pago en nuestro
hospital, pero si no se da ese caso, la intervención espera hasta que el paciente pueda pagárselo. Me podrán decir que en España también tenemos eternas listas de espera, pero la diferencia es que nosotros sabemos que nos van a operar, aunque la espera se pueda hacer eterna. Aquí, en cambio, nunca se sabe si el dinero va a llegar en algún momento, o si va a haber un especialista disponible.
La necesidad genera frustración, ansiedad, depresión... lo cual me lleva al segundo tópico.
"EN LOS PAÍSES EN DESARROLLO NO HAY ANSIEDAD NI TRASTORNOS DEPRESIVOS, ESO ES COSA DEL PRIMER MUNDO".
En África, igual que en cualquier otra región del mundo, hay depresiones y ansiedades. Lo que no hay es diagnóstico. Si vives al día, como es bastante común aquí, y no dispones de ahorros, cualquier imprevisto que se te presente supone una gran dificultad. Hacer frente a los gastos derivados de un tratamiento médico, de los estudios de tus hijos, de compra de herramientas de trabajo u otras circunstancias puede implicar que una persona se vea obligada a no comer un día. Así de simple. Así de crudo. ¿De verdad nos pensamos que estas personas no sufren ansiedad ni depresión?
El problema radica en que aquí, que yo sepa, no hay psicólogos ni psiquiatras. Si tienes algún tipo de problema de tipo psicológico, nadie va a darte unos ansiolíticos, ni a recomendarte que te cojas unos días libres para relajarte. Ni te van a firmar dos semanas de baja para que descanses en un balneario.
Pero además de la falta de diagnóstico y tratamiento, hay otro problema. Y es la estigmatización. La depresión es síntoma de inseguridad y, por consiguiente, de debilidad. Si te sientes deprimido no puedes admitirlo ni buscar ayuda, sobre todo si eres hombre, porque eso es "cosa de blancos". Y nadie quiere que le señalen con el dedo.
Quizás me equivoque, pero este concepto que a veces tenemos también creo que responde a nuestra necesidad de sentirnos menos culpables respecto al orden mundial. "Los pobres son muy pobres, pero al menos son felices y no sufren las complicaciones de la vida rica".
Podemos lavar la realidad si queremos, pero al fin y al cabo una persona que no llega, ya no a final de mes, sino a final de semana, que no sabe cómo ni cuando va a dar de comer a su familia ni si podrá tratarse sus enfermedades en algún momento, sufre todo tiempo de ansiedades y frustraciones. Si pierdes a un hijo adolescente por una enfermedad que nadie ha podido diagnosticar a tiempo lloras y te deprimes, como en cualquier otra parte del mundo.
"EN ÁFRICA LA VIDA NO VALE NADA".
No quiero extenderme demasiado con esta frasecita porque me hierve la sangre. Cada vez que se la oigo a alguien me dan ganas de liarme a hostias hasta quedarme solo. ¿Quién pude ser tan miserable como para afirmar esta salvajada? La vida en África vale lo mismo que en cualquier otra parte del mundo. Ni más ni menos; exactamente lo mismo.
Otra cosa es que aquí se asuma la muerte de otra manera, como algo más habitual y, por desgracia, en ocasiones prematuro que en Europa u otras regiones del mundo más desarrolladas. Pero eso no quiere decir que le gente no llore a sus muertos, ni que sufran al perder un hijo de lo que el curandero ha llamado "enfermedad mística", sobre todo cuando en el hospital se les confirma que era una enfermedad tratable o que, por lo menos, el fallecido podría haber tenido una muerte mucho menos dolorosa.
He visto muchas reacciones ante la muerte desde que estoy aquí, pero ninguna de ellas ha sido la indiferencia. La más común, en mi breve experiencia, ha sido una especie de indignación, rabia y frustración contenidas. Porque la gente no es tonta, y saben que con más medios muchos de los fallecimientos que aquí se sufren serían evitables. Y reaccionan así porque valoran mucho la vida, muchísimo, y se aferran a ella como a un clavo ardiendo. Y perder un familiar es una tragedia. Como en todas partes.