El último par de meses ha estado plagado de eventos. Hemos visto a Nadal ganar Roland Garros y caer en la segunda ronda de Wimbledon, emocionantes carreras de Fórmula 1 en un campeonato que se presenta igualado y, cómo no, hemos disfrutado con la brillante defensa del título de campeones de Europa de fútbol a cargo de la selección española.
No voy a perder el tiempo con detalles de cómo celebré cada uno de los cuatro goles ante Italia, ni la emoción de ganar la semifinal en la tanda de penaltis. No es de esto sobre lo que quier hablar.
Lo que hoy me invita a escribir es una tendencia que cada vez me parece más absurda. Y es que estoy harto de tantos "antifútbol". Vale que es el opio del pueblo, vale que hay problemas muy graves hoy en día, vale que las asistencias de Xavi Hernández no nos van a sacar de la crisis. ¿Y qué? ¿No es también Almodóvar el opio del pueblo? ¿Acaso salimos de la crisis viendo pelis de Ken Loach y leyendo a Saramago?
De un tiempo a esta parte parece que hay toda una legión de intelectuales que se creen muy inteligentes por el mero hecho de que no les gusta el fútbol. Sólo por eso son más listos y están en situación de darte lecciones de responsabilidad social y política.
Y por ahí es por donde no paso. Resulta que un salvapatrias escribe desde su casa, cuelga convocatorias de manifestaciones por Facebook o envía campañas de firmas por Actuable u otras plataformas similares y ya se cree con derecho a dar lecciones a los borregos que gozamos de lo lindo con los goles de Silva, Alba, Torres y Mata.
Un día llegas a casa del hospital por la tarde, esa noche ha habido un fallecimiento de un niño de siete años por una enfermedad que en España sería perfectamente tratable. Lo primero que has hecho por la mañana ha sido darle un abrazo a la doctora, voluntaria también, que ha visto morir a ese niño entre sus manos y se te echa a llorar ante la impotencia que siente a la hora de practicar su profesión en determinadas condiciones. La jornada ha seguido su curso, has estado pidiendo medicamentos a los proveedores, haciendo encaje de bolillos con las cuentas, tratando de ayudar a que el centro siga adelante. Y al llegar a casa lo que te apetece es escucharte el carrusel deportivo de la tarde de Champions o, si se cuadra, encontrar un bar donde ver los partidos del día.
Y todavía tienes que aguantar lecciones de responsabilidad social por parte de salvapatrias de medio pelo que se creen con derecho a mirarte por encima del hombro. De verdad, a todas esas personas, veníos a África, estáis invitadísimas. Venid a disfrutar de los muchos buenos momentos, pero también a compartir con nosotros los más duros. Pasad una pequeña malaria o unas fiebres causadas por innumerables picaduras de mosquitos, compartid mesa con gente que sólo disfruta de una comida al día. Escuchad las dificultades de una madre soltera de 22 años que estudia y trabaja mientras se hace cargo de sus dos hijos, sed testigos de las lágrimas de frustración de algunas personas.
Disfrutad con nosotros también la enorme satisfacción de tener terminada la nueva maternidad del hospital, donde se podrá tratar a muchísimas mujeres en mejores condiciones. Fundíos en un abrazo con una mujer que llegó a nuestro centro gritando ante los dolores de un parto sumamente complicado, tras horas tratando de dar a luz en casa, sabiendo que su bebé estaba muerto y temiendo por su propia vida; pero que 48 horas después recibía el alta totalmente recuperada.
Estrechadle la mano a Djibril, feliz porque viene a recoger a su mujer y su tercer hijo recién nacido para llevárselos a casa. Ved la enorme sonrisa de Ndille, nuestro médico jefe, cuando sale del quirófano tras una operación que ha presentado complicaciones, pero en la que al final todo ha salido bien.
Después, sólo después, podréis venir a dar lecciones de responsabilidad social. Pero yo seguiré disfrutando del placer de ver un partido de fútbol con una cerveza. Llamadme borrego si queréis.